sábado, 28 de junio de 2014

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa 2014.-



PREGÓN  DE LA SEMANA SANTA 2014



Me siento muy honrado y agradecido por permitirme dirigir estas palabras del pregón de la Semana Santa de Zaragoza que, a lo largo de su historia, ha vivido como hitos trascendentales la incorporación de los tambores, la creciente participación la mujer y el protagonismo de las familias.

Creo recoger el sentimiento unánime de todos los presentes para agradecer a Doña Monserrat Caballé su disponibilidad y enviarle, desde aquí, un afectuoso saludo junto con el deseo de una feliz y pronta recuperación.

Saludamos a los responsables e integrantes de las Cofradías y Hermandades: Cofradía de la Entrada de Jesús en Jerusalén; Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía; Cofradía de Nuestro Señor en la Oración del Huerto; Real Cofradía del Prendimiento del Señor y el Dolor de la Madre de Dios; Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Señor Jesús de la Humildad Entregado por el Sanedrín y de María Santísima del Dulce Nombre; Real, Pontificia, Antiquísima, Ilustre y Penitencial Hermandad y Cofradía del Señor Atado a la Columna y de Nuestra Señora de la Freternidad en el Maor Dolor; Cofradía de la Coronación de Espinas; Cofradía del Santísimo Ecce-Homo y Nuestra Señora de las Angustias; Cofradía de Jesús de la Humillación, María Santísima de la Amargura y San Felipe y Santiago el Menor;  Real, Muy Ilustre y Antiquísima Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena; Cofradía de Jesús Camino del Calvario; Cofradía de Cristo Abrazado a la Cruz y de la Verónica; Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción y Llegada de Jesús al Calvario; Hermandad de Cristo Despojado de sus Vestiduras y Compasión de Nuestra Señora; Cofradía de la Exaltación de la Santa Cruz;  Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista; Cofradía de Nuestro Padre Jesús de la Agonía y de Nuestra Señora del Rosario en sus Misterios Dolorosos o del Silencio;  Cofradía de la Crucifixión del Señor y de San Francisco de Asís; Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora; Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo Sepulcro; Congregación de Esclavas de María Santísima de los Dolores; Hermandad de San Joaquín y de la Virgen de los Dolores; Muy Ilustre, Antiquísima y Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de Misericordia; Real Hermandad de Cristo Resucitado y Santa María de la Esperanza y del Consuelo.

Esta tarde esperimentamos lo que el Papa Francisco describe en su Exhortación apostólica “Evangelii gaudium” (EG) con estas palabras: “Sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación” (EG 87).

La piedad popular es “verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Çdios” (EG 122).  Es una genuina espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos de corazón, refleja una sed de Dios que solamente los pobres y humildes pueden conocer y engendra gestos de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo cuando se trata de manifestar la fe.

La Semana Santa nos hace descubrir la alegría del Evangelio para que nunca seamos “seres resentidos, quejosos, sin vida” (EG 2), “evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos” (EG 10).

La Semana Santa nos permite renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo o, al menos, nos concede la posibilidad de dejarnos encontrar por Él.

Esta Semana constituye un acontecimiento de gracia para las personas que participan habitualmente en las celebraciones litúrgicas y viven en clave de conversión como discípulos misioneros.  También para aquellos cuya adhesión de fe está más desdibujada y decae en el compromiso.  E incluso para quienes no conocen a Jesucristo o lo rechazan.

En estos días se actualiza el mensaje cristiano cuanto “el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario” (EG 35).

Para participar activamente, necesitamos una espirituralidad que transforme el corazón.  “Sin momentos detenidos de oración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga” (EG262).

Nuestra peregrinación debe llevarnos hasta Dios.  Si no es así corremos el riesgo de dejar de ser peregrinos y convertirnos en errantes “que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte” (EG 170).

Cristo pasa a través del abismo del mal y de la muerte y hace llegar a la humanidad al nuevo espacio de la resurrección y de la vida.  Es la hora de su paso y la hora del amor vivido hasta el extremo, sin reservas, sin renuncias.

Jesucristo carga sobre sí mismo todo nuestro sufrimiento, nuestra angustia, nuestra pobreza y transforma todo según el Proyecto del Padre.  Nos hace salir de nuestro “no” y entrar en su “si”.  Lleva al ser humano a la altura de Dios y, con su obediencia, nos abre las pueertas del cielo.

Al revivir la Semana Santa nos disponemos a acoger también nosotros en nuestra vida la voluntad de Dios, conscientes de que en el designio del Señor, aunque parezca duro, en contraste con nuestras intenciones, se encuentra nuestro verdadero bien, el camino de la vida.

La Pasión de Cristo es pasión de amor, pasión de enamorado.  “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia” (EG 3).

En estos días participamos de un torrente de vida, del fluir constante de la esperanza, de una búsqueda apasionada.  Se entrelazan el silencio, el sonido y la Plegaria.  El espacio se convierte en horizonte de manifestación de Dios en el despliege de los misterios de pasión, muerte y resurrección.

Son jornadas de intensa contemplación, pero contemplación no solamente estética, sino profundamente teologal.

Queremos sumergirnos en el misterio, adentrarnos en él, dejarnos envolver por el acontecimiento de nuestra redención.  Queremos adentrarnos en un manantial de poesía, recorrer juntos un sendero de sentimientos, proclamar el kerigma profético. 

Para ello es preciso escuchar el mensaje secreto, el silencioso anuncio de la Pascua, la alegría del evangelio.

A lo largo de estos días estaremos preocupados por el cómo, inquietos por perfilar mil y un detalles de la vida y acción de las cofradías y hermandades.

Sentiremos la urgencia de armonizar un caleidoscopio de escenas.  Pero hemos de estar intensamente asombrados por el porqué, percibir el cálido abrazo de la misericordia de Dios que nos envuelve y transforma.

Comenzamos la Semana Santa en la que se actualiza el misterio central del año litúrgico.  El tiempo adquiere una consste ncia especial y el espacio zaragozano alberga procesiones y expresiones de la devoción de un pueblo perigrinante, en camino.  Celebrar la Semana Santa no significa ser solamente espectadores de un acontecimiento inaudito, oír su narración pasivamente, sino vivirla juntamente con Jesucristo, su gran protagonista.

La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, que comprende, a la vez, el triunfo real de Cristo y el anuncio de la pasión.  Nos uniremos a la multitud de personas que acompañaron a Jesús en su enrada en Jerusalén.  Algunos abrieron los ojos a una realizdad distinta, aclamaron a Jesús, lo reconocieron como Mesías, le salieron al encuentro, le dieron una acogida calurosa, se dejaron contagiar por el entusiasmo.

En la Misa Crismal el obispo y los sacerdotes renovarán las promesas de su ordenación, se reunirán como comunidad fraterna y actualizarán su firme voluntad de vivir cada vez más unidos al Señor.  También se bendecirán lo óleos para la celebración de los sacrametos:  elo óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma.

El Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía y del sacerdocio y acompañamos a Jesús en la oración el el huerto de Getsemaní.  Se hace memoria de la última Cena, cuando Cristo se nos entregó a todos como alimento de salvación, como medicina de inmortalidad.  Con el humilde y expresivo gesto del lavatorio de los pies se nos invita a contemplar y vivir la primacía del amor, un amor que se hace servicio hasta la entrega, el amor que se convierte en mandamiento nuevo y distintivo de los discípulos de Jesús.

El Viernes Santo se conmemora la pasión, crucifixión y muerte salvadora de Cristo.  En el acto litúrgico de la tarde, la asamblea se reúne para meditar en el gran misterio del mal y del pecado que oprimen a la humanidad, para recordar, a la luz de la palabra de Dios, y con la ayuda de conmovedores gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal.  Meditamos en la pasión del Señor, oramos por todas las necesidades de la Iglesia y del mundo, adoramos la Cruz, contemplamos a la Iglesia que nace del costado del Salvador (cf. Jn 19,34) y recibimos la Eucaristía.

Como invitación ulterior a meditar en la pasión y muerte del Redentor y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a diferentes manifestaciones de piedad popular, procesiones y otras acciones piadosas, que imprimen intensamente en el corazón de los fieles sentimientos de auténtica comunión con el sacrificio redentor de Jesucristo.

El Sábado Santo se caracteriza por un profundo silencio.  Permaneceremos junto al Sepulcro del Señor, meditando su pasión y muerte, y esperando en la oración su resurrección.  Sentiremos la especial presencia de la Virgen María, pues Ella, en la que se denomina “la hora de la Madre”, anticipa y representa a la Iglesia y espera, llena de fe, la victoria de Cristo sobre la muerte.

La Vigilia Pascual significará la manifestación del triunfo del Señor sobre las tinieblas, el pecado y la muerte.  La nueva luz, la Palabra de Dios proclamada con solemnidad y escuchada con actitud receptiva y comprometida, el agua nueva, el pan y el vino renovados para convertirse en alimento de vida eterna, el canto exultante, la alegría festiva, expresarán la más honda transformación producida en la historia: el triunfo de la vida, la resurrección del Señor de la Vida.

El Domingo de Pascua es la máxima solemnidad del año litúrgico.  Todo se orienta hacia la Pascua porque todo procede de la Pascua.  La resurrección no es un hecho del pasado, sino un acontecimiento continuamente presente en la historia de cada persona y de cada tiempo. La eternidad se ha mezclado con el tiempo y el tiempo ha adquirido dimensiones de eternidad.  Podemos hablar de nueva creación, de hombres y mujeres nuevos, de cielos nuevos y nueva tierra.

La fiesta más antigua de los cristianos es la Pascua.  La resurrección de Jesucristo es el fundamento de la fe cristiana, está en la base del anuncio del Evangelio y hace nacer a la Iglesia.

La Semana es Santa no simplemente porque sus días sean densos y santos, sino también porque nos ofrece la posibilidad de nuestra propia santificación.  Es Semana Santa y santificadora.  Los cantos, las procesiones, el silencio, las plegarias, las penitencias, los sacrificios, la generosidad de todos los participantes, el trabajo disciplinado y escondido de tantas personas que ponen a disposición de todos su tiempo y su experiencia, su saber y su bien hacer, responden a un único deseo de vivir con intensidad el encuentro con Cristo en su pasión, muerte y resurrección.

   
Decía el Papa Benedicto XVI: “Hacer memoria de los misterios de Cristo significa también vivir en adhesión profunda y solidaria el hoy de la historia, convencidos de que lo que celebramos es realidad viva y actual.  Por tanto, llevemos en nuestra oración el dramatismo de hechos y situaciones que en estos días afligen a muchos hermanos nuestros en todas las partes del mundo” (Audiencia general, 19 marzo 2008).

El profeta Isaías describe el carácter solidario y penitencial de estas jornadas diciendo en nombre del Señor:  “Este es el ayno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el habriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desatenderte de los tuyos” (Is 58,  6-7)-  Esta dimensión se refleja también en el consejo de Daniel al rey Baltasar:  “expía tus pecados con limosnas, y tus delitos socorriendo a los pobres, para que dure tu paz” (Dan 4,24b).

Compartirmos los dolores, las tristezas, los temores, las esperanzas, las inquietudes, las preocupaciones, las emociones, los sentimientos, el asombro y la perplejidad que anidan en el alma de los seres humanos.

Hoy se nos plantea el desafío de responder a la sed de Dios de mucha gente.  Una sed que no puede ser apagada por propuestas que se basen en un Jesucrito sin carne y sin compromiso con el otro.  Muchas personas “si no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los libere, los llene de vida y de paz y al mismo tiempo que los convoque a la comunión solidaria y a la fecundidad misionera, teerminarán engañados por propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios” (EG 90).

Las imágenes se desplazan por las plazas y calles donde se ríe y se llora, donde se espera y desespera, donde se transita y se descansa, donde se comercia o estudia, donde se vive y se muere, donde se sufre y se disfruta, para fecundar el desierto de la ciudad con la semilla del Evangelio.

Queremos ser fieles a un camino luminoso de vida y de sabiduría.

La Semana Santa nos urge al compromiso con los más pobres.  La relación personal y comprometida con Dios nos compromete con los demás, especialmente con los mas necesitados y desfavorecidos.  Es necesario tocar la carne de Cristo sufriente en los hermanos afligidos y marginados.

El servicio de la caridad es una dimensión constitutiva de la misión de la Iglesia y expresión irrenunciable de su propia esencia.  De la naturaleza misionera de la Iglesia brota la caridad efectiva con el prójimo, la compasión que comprende, asiste y promueve.

Estamos llamados a vivir el amor efectivo a los hermanos, “con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades” (EG 183).  Ello requiere que “seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo” (EG 187).

El Papa Francisco dice con gran rotundidad:  “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que debe faltar jamás:  la opción por los últimos, por aquellos que ls sociedad descarta y desecha” (EG 195).

Por eso nos invita diciendo; “Jesús quiere evangelizdores que anuncien la Buena Noticia no sólo con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios” (EG 259).

También nos exhorta:  “La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo.  Cuando nos detenemos ante Jesús crucificado, reconocemos todo su amor que nos dignifica y nos sostiene, pero allí mismo, si no somos ciegos, empezamos a percibir que esa mirada de Jesús se amplía y se dirige llena de cariño y ardor hacia todo su pueblo (EG 268).

Y el Papa reconoce: “A veces sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor.  Pero Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás (…) Cuando lo hacemos, la vida siempre se nos complica maravillosamente y vivimos la intensa experiencia de ser pueblo, la experiencia de pertenecer a un pueblo” (EG 270).

Benedicto XVI escribió:  “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus caritas est, 16).

El señor nos llama a ser misteriosamente fecundos, es decir, a vivir la certeza de que quien se ofrece y se entrega a Dios por amor da mucho fruto.  El Señor nos invita a realizar la síntesis entre la fe y la vida, entre el culto y la justicia.

Nuestra tarea consiste en caminar en integridad, practicar la justicia y la verdad del corazón.

Cada uno de nosotros ha sido amado por Jesús “hasta el extremo”, es decir, hasta la entrega total de si mismo en la cruz.  Dejémonos abrazar por este amor. Dejémonos transformar, para que se realice de verdad en nosotros la resurrección.

La humanidad actual espera de nosotros, los cristianos, un testimonio creíble y renovado de la resurrección de Critos.  La Buena Noticia es anuncio de un hecho que ha cambiado todo, ha trastocado todas las perspectivas, ha modificado radicalmente el marco de todas las situaciones, ha hecho despuntar un horizonte nunca imaginado.

Avancemos junto al Señor, caminemos junto a Él hacia Jerusalén.  Que sus pasos marquen nuestro camino, que su voz resuene en nuestros corazones, que su palabra encuentre eco en nuestro interior y que Él sea nuestro único Señor.

La Semana Santa constitutye el culmen de todo el año litúrgico.  En ella celebramos el misterio central de la fe.  Y lo hacemos de la mano de la Virgen María.

Ella nos muestra a su Hijo y nos enseña, como escribe el Papa Francisco que “no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo.  No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. 

Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo” (EG 266).


Rezamos a la Virgen con las últimas palabras de la Exhortación apostólica “Evangelii gaudium”: “Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz.  Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros” (EG 288).

PREGONERO

Excmo. y Rvdmo. D. Julián Ruiz Martorell 



Julián Ruiz Martorell nació en Cuenca el 19 de enero de 1957, 
aunque desde su infancia vivió en Zaragoza. Realizó los estudios eclesiásticos en 
el Seminario Metropolitano de Zaragoza, siendo alumno del Centro Regional de 
Estudios Teológicos de Aragón (CRETA). Fue ordenado sacerdote en Zaragoza 
el 24 de octubre de 1981 por D. Elías Yanes, ejerciendo su ministerio en varios 
pueblos de la diócesis. 



Durante los años 1983-1988 cursa estudios superiores en Roma, 
obteniendo la Licenciatura en Teología Dogmática por la Pontificia Universidad 
Gregoriana y la Licenciatura en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto 
Bíblico e intensificando sus estudios de lenguas tanto modernas como muertas. 



Desde 1988 vuelve a Zaragoza donde desempeña distintos cargos 
pastorales y académicos entre los que destacamos: Director del Instituto Superior 

de Ciencias Religiosas “Nuestra Señora del Pilar”, Director del Centro Regional 
de Estudios Teológicos de Aragón y Director del Centro de Zaragoza del Instituto 
Superior de Ciencias Religiosas a distancia “San Agustín”. 



Canónigo del Excmo. Cabildo Metropolitano, desde 2004, en 2009 
es nombrado por D. Manuel Ureña Vicario General de la archidiócesis y en 2010, 
Rector del seminario. El 30 de diciembre de 2010 el papa Benedicto XVI le 
nombra obispo de las diócesis de Huesca y de Jaca. Fue consagrado obispo el 5 
de marzo de 2011 en la Catedral de Huesca y al día siguiente tomó posesión de 
la diócesis de Jaca.

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