martes, 17 de abril de 2012

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 2012

Tal y como ya anunciábamos ayer, nos complace poner a disposición de todos nuestros seguidores el texto del Pregón de la Semana Santa 2012, pronunciado por el Cardenal Amigo Vallejo, el pasado Sñabado de pasión 31 de Marzo.

PREGÓN DE LA SEMANA SANTA 2012


Surcando las aguas del río Ebro, entre el puente de piedra y el del Pilar y despacio, como queriendo acariciar el agua, va llegando a Zaragoza, en imaginada procesión, el paso de la Real, Muy Ilustre y Antiquísima Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena.  Más que navegar, el río y las imágenes santas se abrazaban y envolvían en sentimientos compartidos de un inmenso y entrañable amor a Zaragoza.  Hablaban de la familia que se reunía para celebrar la Semana Santa, de cómo se disponen todas las cosas para que nada enturbiara un silencia que podía hacerse compatible con la oración sonora de bombos y tambores.  Todo era grato, sentido y entrañable.


Hermosa es en verdad esta basílica dedicada a la Señora del Pilar, pero más bello es tu bendito rostro, Señor, que es la auténtica presencia del Dios vivo.  Venerada y por demás querida es esta imagen de la Virgen del Pilar, pero más homenaje merece la que en verdad es la Madre de Dios.  Espléndidas son las fiestas que se aproximan, pero más importante es el misterio redentor de Cristo, entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (Rom 4,25).

La Semana Santa, santuario al que ya nos parece llegar, es como una peregrinación que dura todo el año.  La imagen central del maravilloso retablo de este santuario es Cristo doliente, muerto en la cruz y resucitado al tercer día.

El arte, que se desborda en la Semana Santa zaragozana, va reflejando en imágenes, símbolos, sonidos y representaciones, la belleza del mismo Dios, y sirve para conocer los misterios de la fe y para que la predicación del Evangelio llegue mejor a la inteligencia humana (Cf. Juan Pablo II. Carta a los artistas.  4 4 1999).

Bastaría contemplar el Ecce Homo de San Felipe, para ver cómo la belleza conduce al autor de la misma y lo artístico es ayuda para la oración.  Por eso, la belleza estética no puede quedarse en simple atractivo vacío de contenido, sino que ha de llevar al encuentro con Dios.  Porque todo lo que habléis y escuchéis estos días, imágenes, insignias, bombos y tambores, harán sentir la maravillosa sinfonía de un clamor que se hace silencio para que se escuche la voz de la palabra, el Evangelio del Señor Jesucristo.  Vosotros podéis ser la voz, pero solamente Cristo es la Palabra.

La imagen es la voz.  Solo Cristo es la Palabra

Para los hermanos de la Cofradía de la Esclavitud de Jesús Nazareno y Conversión de Santa María Magdalena, la imagen del Señor de Medinaceli es algo más que una simple representación convencional de lo sagrado, para convertirse en una particular forma de relación oracional con Cristo.

El hombre necesita ver y sentir.  Así lo entendió Dios y envió a su Hijo imagen viva de Dios que se reviste de lo sensible, de la humanidad.  Lo divino quedaba oculto a los sentidos.  Pero, a través de lo humano, se hacía comprender que allí estaba Dios, que Cristo era Dios.

¡Cómo se refleja esa unidad de lo humano y lo divino en los pasos de la Semana Santa de Zaragoza! La humildad de Cristo entregado al Sanedrín y la Humillación del Señor, o la impresionante imagen de Jesús Atado a la Columna o la expresividad de la Coronación de Espinas o Abrazado a la Cruz.

Igual que la palabra es para el oído, la imagen lo es para la vista.  Cristo es la palabra de Dios.  La humanidad de Cristo es imagen que habla y dice los misterios de Dios.  De la imagen visible transciende el hombre al amor de lo que no ve.  Pero lo que ama no es la copia, sino el original representado.  Y el hombre que contempla la imagen debe transformarse en imagen de Cristo.  Nada de lo humano puede ser ajeno para el hombre.  Pero entre lo humano, ninguna más sublime humanidad que la de nuestro Señor Jesucristo.

Todo ello queda reflejado en la Exaltación de la Santa Cruz, y se recuerdan las palabras de la Escritura:  “tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que el que crea tenga por él vida eterna” (jn 3, 14-15).  La Cofradía de las Siete Palabras es un pregón vivo que hace resonar la voz del mismo Cristo.  Ese Dios y hombre representado en la hermosa y bella imagen del Santo Cristo de la Agonía.

En la Semana Santa de Zaragoza todo está ordenado y bien dispuesto, pero no sólopara contemplar, oír y llenar el sentimiento, sino para leer.  Pues en cada una de esas imágenes y símbolos se muestra el libro de la revelación, la historia sagrada, el evangelio de Cristo.  El libro es hermoso; el contenido más.  Pues el arte se hace catequesis y ayuda para que pueda resonar ante los sentidos el misterio que Dios ha descubierto en la vida de Jesucristo.

Algunos se preguntan, quizás un tanto sorprendidos, por las razones de esta participación multitudinaria, de esta convocatoria a la que acuden personas tan diferentes: familias enteras, los que están fuera y vienen a celebrar su Semana Santa, los que se alejaron de la práctica cristiana..  Sin la fe que lo justifica, la familia que lo celebra y Zaragoza que pone lo mejor de su cultura cristiana, nada en la Semana Santa sería explicable.  Lo que celebramos no es sino la memora de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

La imagen que se contempla conduce a la oración.  Y con la imagen llega el mensaje y el contenido de la fe;  con el retablo, el evangelio.  Pero el pueblo sabe muy bien distinguir el camino de lo que es el santuario, el signo del credo de la fe, la representación, del misterio representado.  No puede dudarse del gran valor catequético de la imagen.  Es como un libro que facilita el que muchos puedan leer unos textos a los que no van a tener acceso de otra manera.

Hay unos pasos, en la Semana Santa zaragozana, que expresan este misterio del tránsito de lo visible al amor de lo que la imagen representa.  Así, por ejemplo, al pasar, con sus tambores y timbales, el numeroso grupo de imágenes de la Entrada de Jesús en Jerusalén, los pequeños preguntan por el Señor que está montado en una burra.  Y los mayores hacen de maestros y catequistas que enseñan lecciones que serán inolvidables.  Se pedirán explicaciones de los apóstoles sentados alrededor de una mesa para celebrar la Santa Cena, que la Cofradía de la Institución de la Sagrada Eucaristía hace pasar por las calles.  El mismo silencio que lleva consigo la devota y bella imagen del Santo Cristo de la Agonía lo envuelve todo en esa resonancia del misterio redentor de Cristo.

La imagen, el icono, la figura, es el soporte material, artístico, sensible, de una realidad invisible.  Un reflejo del misterio de la Encarnación del Verbo en el que la visibilidad de lo humano conduce al reconocimiento de Dios.  De lo sensible a lo que no se ve, de lo material a una contemplación espiritual.  Es como un puente que enlaza al hombre con el misterio.

Al amor de lo invisible

Tan equivocado es el camino de quien ve la imagen y en la imagen termina su caminar y pone allí su casa, como la de quien intenta olvidarse de los sentidos como ayuda para la alabanza a Dios.  La representación ha de llevar al encuentro con el original representado: la imagen, al misterio de fe.  La imagen favorece el encuentro íntimo con el Señor representado, y hacer brotar la oración sincera y el deseo de ser imagen viva entre los hombres de Aquel que ha sido tan bellamente presentado en lo sensitivo.  Se busca la imagen con la finalidad de vivir el misterio que ella manifiesta.

La imagen habla de aquello que representa.  Y quien contemple la imagen del Señor, de la Virgen, o los santos, debe hablar con el misterio que eso es oración hermosamente contemplado en las imágenes.  Si las imágenes son queridas, no es tanto porque sean bellas, sino porque expresan el amor del misterio en el que se cree.

Sería banalizar el valor de las imágenes el reducir su finalidad a lo meramente artístico, estético, cultural y, mucho menos, a quedarse en un artículo más para el comercio.  Cuanto puede contemplarse, no es algo simplemente decorativo, sino que transciende lo bello para quedarse en quien es la Bondad y Autor de toda hermosura.

En el encuentro con la imagen se establece una especie de relación mística en la que el diálogo se hace íntimo, oracional, creyente.  La imagen de Cristo es la del Señor de la misericordia, del perdón del amor infinito al hombre.  Está vivo y escucha la oración y súplica de los fieles.  Es Dios puesto al alcance del hombre.

El Viernes Santo, la Antiquísima Hermandad de la Preciosísima Sangre convoca a todas las Hermandades y Cofradías de la Semana Santa de Zaragoza a participar en la procesión del Santo Entierro, y acompañar al Santo Cristo de la Cama, una imagen del Señor muerto y que llena de vida el corazón de todos aquellos que la contemplan, y que resulta ser pregón anticipado de esa resurrección de la que hablarán las imágenes de Cristo resucitado y Santa María de la Esperanza y del Consuelo, en el día de Pascua.

La imagen es como el pan del que se alimenta la religión de la gente sencilla.  Un lenguaje que entiende perfectamente el pueblo y provoca una fuerte conmoción y sentimiento.  La imagen lleva a la palabra de Dios, pero es la Palabra quien justifica el valor a la imagen.  De la meditación de la palabra de Dios nacen las imágenes, no al revés.

La imagen es libro que habla de Dios y ayuda a hablar con Dios.

Una Semana Santa junto al río

Entre el puente de piedra y el del Pilar, navegaban las imágenes…  El río Ebro es el mejor pregonero de una historia que, en Zaragoza, se va desgranando en esos capítulos, llenos de vida, que han marcado la recia personalidad de un pueblo que, al mismo tiempo, sabe de cariños y ternuras cuando se trata de expresar los sentimientos más nobles de su personalidad y las devociones más profundas de su fe.

El Ebro es testigo silencioso de la vida de las generaciones, de sus esfuerzos…El río es un buen testigo de la historia.  Todo pasa y el río permanece.  Recuerdo de tantos hechos memorables.  De muchos días de fatigas yy de sufrimiento.  Siempre como una señal de esperanza.  El río no se detiene en sí mismo.  Su aspiración es llegar al mar, a la inmensidad, a la profundidad.  Todo ello nos lleva a pensar en nuestra vida como una peregrinación llena de deseos que solamente pueden colmarse en el encuentro con la inmensidad de Dios.

Quizás sea el río uno de esos elementos de la naturaleza que más nos “habla” de Dios.  Está lleno de vida, recuerda la historia, nos lleva hacia una desembocadura que parece quisiera hacerlo desaparecer, cuando, en realidad, esta es la vocación del río: hacerse mar.  Las lecciones que podemos aprender no son pocas, sobre todo para nuestra vida cristiana.  El río nos habla de fuentes y de orígenes, de tránsito por el mundo, de un destino final sin destrucción, haciéndose todo nuevo y más hermoso.  Es que la creación entera canta la gloria de Dios.  Y el río Ebro es una imagen y estampa que nos habla de Dios.

Se abren las puertas de la Semana Santa.  Los ramos, los gritos en la plaza, Cristo Crucificado, el Abandono…Las esperanzas han quedado en aparentes desilusiones.  Y para eludir las responsabilidades de continuar siendo fieles a Cristo, se buscan unas disculpas, unas coartadas que justifiquen la falta de lealtad y el mal comportamiento.  Cristo, sin embargo, es la única razón de nuestra esperanza.

¿Cómo disponerse para celebrar la pasión de Cristo, la muerte y resurrección de nuestros dios y Señor?  En la forma que recomienda San Pablo (Fip 2, 5-11): tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Jesús: humildad, generoso sacrificio, obediencia al Padre, olvido de sí mismo…

Un año más saldremos a la calle para dar testimonio de nuestra fe en Cristo el Señor muerto y resucitado.  Este comportamiento público es consecuencia del amor que se lleva dentro.  Es hacer vida aquello en lo que se cree y aceptar las responsabilidades que comporta.  Veremos por las calles “terceroles” y capirotes, que solamente pueden llevarse con dignidad cuando todos los días se lleva la fe a cara descubierta.

No se comprendería la Semana Santa de Zaragoza sin acercarse a ese sólido pilar de una arraigada y sincera devoción a la madre de Dios, a la que vamos a llamar en estos días: Dulce Nombre, Dolor de la Madre de Dios, Fraternidad del Mayor Dolor, Angustias, Amargura, Rosario en los Misterios Dolorosos, Lágrimas de Nuestra Señora, Piedad, Soledad, Dolores, Madre de Dios de Misericordia, de la Esperanza y del Consuelo…

Entre el puente de piedra y el del Pilar… El Ebro, después de haber recogido lo mejor de la fe de Zaragoza, siguió el recorrido de su cauce, porque su vocación final es desembocar en el mar eterno de las misericordias de Dios.

Desde su altar en la Basílica, la Virgen del Pilar se asomaba a ese balcón privilegiado del misterio de la resurrección de su hijo Jesucristo, para celebrar la Pascua florida con sus tan queridos hijos de Zaragoza. 


Pregón pronunciado por el Emmo. y Rvmo. Sr. Cardenal fray Carlos Amigo Vallejo



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