lunes, 23 de julio de 2012

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 1987

Pregón de Semana Santa, de Zaragoza, del año 1987, pronunciado en la Concha de la Basílica del Pilar, en la noche del 11 de Abril de 1987 por: D. LUIS DEL VAL VELILLA.


Ilustrísimo y Reverendísimo señor Arzobispo, dignísimas autoridades, Junta Coordinadora de Cofradías de Zaragoza, hermanos cofrades, queridos amigos:

El oficio de pregonero es un humilde trabajo que nació en la Edad Media.  Se trataba de un subalterno cuya misión era anunciar la reunión del concejo y pregonar las cosas perdidas.  Con el tiempo, su labor se amplió al aviso de diversos acontecimientos, y, en una época ya casi difícil de imaginar, donde no existían los periódicos, ni las emisoras de radio, ni las estaciones de televisión, el pregonero se convirtió en locutor y periodista de los sucesos, en el encargado de "boziar" y de "escullar" -como decían hasta hace poco los habitantes de Echo y Alborge - aquellas obras, impresas y circunstancias que afectaban a los habitantes de un determinado municipio.


A medida que los sistemas de comunicación se volvieron más sofisticados y más indirectos, los pregones tomaron otros caminos más efectivos y el pregonero concluyó por desaparecer.  Pero como la palabra directa tiene una fuerza que los intermediarios electrónicos todavía no han logrado anular, surgió un pregonero de postín, orador irreprochable, persona de cultura y conocimientos profundos, hermano lejano de Cicerón y pariente de Demóstenes, que se encargó de cantar las excelencias de actos cívicos y religiosos, artísticos o festivos, con la habilidad de sus frases y el oportuno pronunciamiento de gramaticales oraciones.

Bueno, pues no es este el caso.  A veces, esa tribuna reservada para los maestros de la oratoria la ocupa un descendiente del pregonero primigenio, de aquél humilde subalterno que hacía de bedel de los ediles, sin otro mérito que el de dedicarse a la extravagante tarea de contarles a los demás las cosas que ocurren.  A veces, el púlpito prestado, la tribuna o la palabra ocasional, la ocupa un periodista.  Y si, como ocurre hoy, ha aceptado la invitación -que no puede dejar de agradecer- no es por la soberbia de parangonarse con los maestros de la palabra, sino por la oportunidad de encontrarse con los auténticos y modestos antecedentes de su oficio, con las raíces del contar y el avisar.

Empero existe otro detalle para justificar la osadía y es, precisamente, que la lectura del pregón se lleva a cabo en la concha de la Basílica, porque esa circunstancia para un aragonés, para un zaragozano, es como la posibilidad de darse una vuelta por el cuarte de estar de una casa común, abierta, querida y entrañable.

Habréis observado, muchas veces, las llamas salientes que se desperezan en forma de lágrimas, y en ocasiones se agitan, merced a esas misteriosas corrientes de aire de los templos, que Fulcanelli no catalogó en el misterio de las catedrales.  Y es que aquí, dentro de la Basílica, hay más cera que la que arde, no sólo por las velas que aguardan turno, sino porque son algo más que subproductos de la apicultura, porque han sido puestas por manos confiadas -confianza viene de "con fe"- y en su cilindro amarillento hay peticiones, deseos, agradecimientos y súplicas, cartas que se envían al cielo, pero no a ése vago espacio sobrenatural de catecismo, sino al ámbito concreto de la Virgen, un apartado de correos familiar que recibe los mensajes en clave de luz, y, de abrir ese parpadeo de las llamas, ese morse brillante que nunca cesa, sin necesidad de turnos ni organigramas.

De día y de noche, este homenaje luminoso monta guardia permanente, ejercito blanco de cabeza arcdiente, estáticos soldados de altura dispar cuyo destino es consumirse, sencillo tropo de la propia vida, analogía fácil de la muerte.

Aquí no encontraremos la irrupción tumultuosa, casi cosmopolita, de Lourdes, sino una procesión lenta, pero constante, un ofrecimiento de velas espaciado e íntimo, porque la relación con la Virgen del Pilar es una relación doméstica, tan difícil de entender desde la ortodoxia teológica como desde los perjuicios de una soberbia copernicana.

Incluso cuando la fe se va extinguiendo, el zaragozano tarda en desprenderse de esta última carta, porque la devoción a la Virgen pertenece a un cosmos distinto, y de la misma manera que muchos católicos separan lo clerical de lo teológico, la fe de la liturgia, el afecto a la Virgen del Pilar permanece en un círculo cerrado, en una especie de noosfera interna, de cuya existencia no se habla o se da por entendida.

Las llamas silentes de las velas, que se desperezan en forma de lágrimas ponen un tapiz de sombra y luz en los rostros de esos fieles que prefieren la discrección del rincón cercano a la puerta.  Es cierto que la mayoría estadística de los zaragozanos no viene por aquí.  Pero incluso los agnósticos saltan sobre el fenómeno pilarista y encierran entre corchetes cualquier disquisición.  Y no creo que sea el respeto a un tabú. Más bien es el respeto a un arcano familiar del que se puede prescindir, pero no ignorar.

Y si en el agnóstico encontramos respeto, en el creyente percibiremos que su relación con la Virgen es de una campechanía poco frecuente, un compadreo insólito, una intimidad fuera de la norma y la teoría religiosa.

Hay que tener en cuenta que la Virgen del Pilar es un fenómeno personalizado y que su presencia no es una conclusión a la que se llegue a través de un proceso de abstracción o de una reflexión mística, sino un hecho incuestionable, un postulado, y los postulados incluso en la ciencia más dura como son las matemáticas se aceptan, pero no necesitan demostrarse.  La Virgen del Pilar está real y físicamente en su capilla, y el Cabildo y el señor Arzobispo harán muy bien en no tratar de matizar o interpretar la sanción de los devotos.

Esta personalización rompe los protocolos y las formas y destroza el distanciamiento solemne que hay siempre en la comunicación que parte de lo humano hacia lo divino.  Los fieles no rezan a la Virgen del Pilar: le hablan; no le suplican favores: le cuentan sus achares; y no se le adora: se le visita.

En Zaragoza la gente dice "Vamos a ver a la Virgen" o "Estuvimos dando un paseo y entramos a ver a la Virgen", con la misma naturalidad con que se cuenta la visita a la abuela o a unos tíos que viven en otra calle.  Porque no se trata de un acto ceremonial o extrictamente religioso, sino la consecuencia de un efecto que se traduce en una visita, tal como lo hacemos con la familia, con los amigos, con las personas que amamos.  ¿Y cómo se van a poner solemnidades con alguien que queremos y nos quiere?

Por eso, cuando nace un niño, se va a la Basílica y se le entrega a uno de los infanticos para que lo muestre a la Virgen.  Pasarlo por el manto es una solicitud de protección, pero también -no se olvide- la cortesía social y afectuosa de enseñar el recién nacido a quien forma parte de la familia.

Por eso venir aquí a pronunciar el pregón es el alivio de evitar las rigideces de los escenarios fastuosos pero distantes, artificiales, y la oportunidad de encontrarnos en familia.  Por eso, como en realidad hemos venido a decirle a la Señora, simplemente, que comienza la Semana Santa, permitid que el tono esté alejando de altisonancias e imaginad por un momento que las llamas de las velas son el fuego que arde junto a una cadiera a cuyo alrededor nos encontramos.

Durante muchos años, al acercarse la Semana Santa, me han asaltado asociaciones sobre el tiempo.  Asociaciones sobre el tiempo en tres vertientes: las lagunas del tiempo evangélico, la dificultad de homologar el tiempo histórico y la subjetiva y diversa intensidad con que grabamos el tiempo pasado.

En cuanto al primer aspecto -las lagunas del tiempo evangélico- no me refiero al periodo que transcurre entre la infancia de Jesús y su aparición adulta, sino a los silenciosos, a la ausencia de noticias, incluso durante los días cercanos a su Pasión y Muerte.  Nada se dice sobre el tiempo inmediatamente anterior al Domingo de Ramos.  Conocemos los detalles previos a la entrada triunfal en Jerusalem, sabemos que venía de viaje, pero desconocemos de dónde.  En ese gran reportaje .si se me permite la grosera comparación- escrito por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, se describen con gran lujo de detalles el disfrute de las glorias mundanas, que como todas las glorias mundanas sin finitas, y el fervor de pueblo, que como todos los fervores masivos está sujeto a variaciones insospechadas, pero se guarda un gran mutismo, sobre los antecedentes previos, que quizás arrojaran alguna luz sobre esa explosión admirativa que cristaliza durante el domingo.  Pero es que, pasado el domingo de ramos, transcurrida la apoteosis de admiración, absolutamente espontánea, ese lanzarse a la calle de las gentes sin mediar aviso previo, una vez que ha recibido el ali popular, los cuatro evangelistas nada nos dicen de lo que sucede el lunes, el marte y el miércoles.  Son setenta y dos horas que se han evaporado de la narración evangélica.  Lunes Santo, Martes Santo y Miércoles Santo son tres días de espera, de vísperas, de terrible preludio. ¿Pero dónde aguarda Jesús?  Parece que si hubiera estado con los apóstoles éstos habrían narrado los incidentes de esos momentos.  Y no hubieran dejado de observar alguna frase, alguna visita, algún hecho, o por el contrario, si se mostró inactivo y extrañamente reservado lo hubieran hecho notar.  Es muy probable que Jesús Hombre, como hace cualquier hombre cuando se avecinan instantes difíciles, se refugiara en su Madre, que desapareciera para estar con su familia como haríamos nosotros, pero de cualquier manera he ahí tres días que han desaparecido.

El segundo aspecto que me llamaba la atención era la dificultad para homologar el tiempo histórico con el presente.

Esa necesidad que tenemos para compensar nuestra escasa capacidad de abstracción con imágenes y símbolos que da mucho más de manifiesto en la Semana Santa en general y en la Semana Santa de Zaragoza en particular, donde la procesión del Viernes Santo viene a ser como un gran auto sacramental donde los actores se quedaron hieráticos en cada paso, y cada paso es una escena, y cada escena es una secuencia vivida, de un impresionante realismo, porque las tallas policromadas se han hecho carne y sangre y sudor.  No basta con la imaginación, con la recreación mental de la lectura evangélica.  El ser humano, limitado para el esfuerzo de la abstracción precisa la concreción icónica, cuanto más parecida con la realidad mejor, la especificación palpable, la vuelta a la materia para que la materia se perciba por los sentidos corporales, de tal forma que el soplo espiritual necesita de lo preciso, de lo detallado para idealizarse.  Es como un gran círculo que comienza en lo inmaterial, en la percepción más pura del pensamiento, desciende a la visible, a las tres dimensiones corpóreas de las imágenes, y de ahí vuelve a elevarse.  Pocos ejemplos existen donde lo físico y lo metafísico tengan un encuentro más claro.

Pues bien, junto a la habilidad para recrear escenarios y para rememorar con tino ropajes y ambientes, nos entramos con una evidente torpeza para homologar vicisitudes, planteamientos y problemas trasladados a la actualidad.  Quiero decir que ante una tan cuidada especifidad debería existir, asimismo, una especia de convulsión, de rebeldía ante lo que nos rodea, de exacerbación de la sensibilidad en contacto con los ambientes que nos envuelve.  ¿O es que ya no condenamos a los inocentes? ¿Y no mezclamos a estos inocentes con vulgares delincuentes? ¿Y no preferimos a Barrabás? ¿Nunca hemos cenado con un amigo, y hemos compartido su mesa y su casa, y hemos sonreído y, al poco, le hemos traicionado?  ¿Cuantas veces hemos negado una amistad por comodidad, por desidia, por temor al poderoso, por un exceso de cobardía? ¿Y ya no existe el poderoso que renuncia a su responsabilidad y admite y presencia la injusticia? ¿O acaso ya se han terminado los gobernadores que se lavan las manos, los Pilatos de la hipocresía que ponen cara de buena intención y no resuelven nada?  ¿Es cierto que ya nadie se reparte los despojos y la túnica del condenado injustamente? ¿Es verdad que somos distintos de aquellos hombres y mujeres que poblaban Jerusalem y nos hemos vuelto justos, desapasionados, generosos, benignos y honorables? ¿O no será más ciertos que somos igual de mezquinos, arbitrarios, partidistas y bellacos?

Cuesta admitir que la Semana Santa no estimula la reflexión sobre el egoísmo propio y ajeno, sobre nuestro escaso desprendimiento, sobre nuestra pobre y miserable pasividad ante las injusticias que comente los demás y ante la justificación de las que cometemos nosotros, como si el tiempo pasado estuvera encerrdo en una urna y no tuvera nada que ver con el presente.

La tercera asociación de la que os hablaba se refería a la diversa y subjetiva intensidad con que grabamos nuestro propio tiempo pasado.  Para mí la Semana Santa zaragozana es una tarde de merienda con pan y chocolate.  Una larga espera sentado en las aceras de la calle de Don Jaime -antes San Gil- o las de San Vicente de Paúl, que llamábamos el Ensanche; una guardia que comenzaba con la luz del sol vespetino y terminaba al anochecer, cuando los penachos blancos de los cascos de los caballistas municipales ponían un trazo claro, casi luminoso, al fondo de la calle, y se levantaba un murmullo entre la multitud, aletargada hasta entonces, y comenzaba el lento desfile procesional.

Las gentes venían desde sus casas con sillas de anea, blancas y taburetes y, al finalizar, cuando la banda provincial interpretaba la marcha fúnebre y otros caballos, estos de la Policía Armada, cerraban la procesión, una multitud bullente se desparramaba por la calla Mayor, por Argensola, por San Lorenzo, un tropel de cuerpos que regresaban tras participar en un acontecimiento común y que sentían esa solidaridad que nace de la seguridad de haber compartido algo colectivamente y que suelda los ánimos de los individuos más dispares.

Existen razones científicas que explican las causas por las que grabamos con más intensidad los acontecimientos que sucedieron en la infancia y en la adolescencia.  Pero aún dentro de ese periodo ¿por qué hay un minuto, una hora,un instante que se ha quedado clavado en la memoria? ¿Cuál es el proceso, mediante el cual, un suceso sin importancia queda fijado para siempre? y nosotros, que acaecieron el día siguiente o una semana antes? ¿Por qué tengo un recuerdo tan diáfano de la visión de Jesús Atado a la Columna, surgiendo el paso en la esquina de la calle Alfonso, y podría describir hasta el tono del pelo castaño de una chica que había delante de mi? ¿Cuál es el enigma de ese extraño mecanismo que hizo que esa figura casi colosal se quedara archivada para siempre en una tarde de lluvias intermitentes? ¿Por qué no un año antes o un año después?

He hablado en pasado de las tres asociaciones del tiempo y la Semana Santa, porque un Domingo de Ramos me encontré en una ciudad del Sur de América debido a una jugarreta precisamente del tiempo, y allí se me curó la obsesión.  Preocupado por el cambio de horario llegué un día antes del previsto y, naturalmente, las personas con las que me tenía que entrevistar no estaban en su despacho.  Tenía por delante todo un día y después de callejear regresé al hotel y me puse a ojear un libro que llevaba.  Lo abrí al azar -esa costumbre que tan nerviosos pone a los autores- y me encontré con un capítulo dedicado a los mitos indios del tiempo.  Me pareció estimulante que a causa de mi error en la medida del tiempo su concepto cósmico surgiera de las páginas de un libro y en medio de una circunstancia especial: venía de Europa, me encontraba en América y el libro hablaba de las religiones del continente asiático.  Transcribo lo que, a su vez, traduce Mircea  Eliade, de una leyenda contada por Sri Ramaskrishna:

"A un asceta ilustre llamado Nárada, que había ganado por sus innumerables austeridades la gracia de Visnu, se lae apareció el dios y le prometió realizar cualquier voto que hiciese.  "Enséñame el poder mágito de tu mâyâ, le pide Nárada, es decir, el secreto de la apariencia ilusionaria del mundo.  Visnu asiente, y le hace signos de que le siga.

Poco tiempo después, hallándose ambos en un camino desierto y lleno de sol, y sintiendo sed, Visnu ruega a Nárada que ande unos metros más, hacia donde se divisa un pueblecito, y le traiga agua.  Nárada se precipita y llama a la puerta de la primera casa que encuentra.  le abre una muchacha muy bella.  El asceta la mira largamente y se olvida del objeto por el que había llegado.  Entra en la cas y los padres de la muchacha lo reciben con el respeto debido a un santo.  El tiempo pasa Nárada acaba por casarse con la muchacha y conoce las delicias del matrimonio y la dureza de una vida de campesino... Uno tras otro, al matrimonio le nacen tres hijos y, después de la muerte de su suegro, Nárada se convierte en el propietario de la granja.  Pero en el curso del año duodécimo, las lluvias torrenciales acaban por inundar la región.  En una noche, se ahogan los rebaños y se hunde la casa.  Sosteniendo con una mano a su mujer, con otra a sus dos hijos, y llevando al más pequeño sobre los hombros, Nárada se abre difícilmente camino a través de las aguas.  Pero la carga es demasiado pesada.  Se escurre y se le cae al agua el pequeño.  Nárada suelta a los otros dos niños y se esfuerza por encontrar al pequeño, pero es ya demasiado tarde:  el torrente se lo ha llevado muy lejos.  Mientras busca al pequeño las aguas se han tragado a los otros dos niños, y poco tiempo después a su mujer.  El mismo Nárada cae impulsado por la fuerza de la corriente, y el torrente lo arrastra sin sentido como a un pedazo de madera.  Cuando se recobra, depositado sobre una roca por el agua, recuerda su inmensa desgracia y se echa a llorar.  Pero de pronto oye una voz familiar:  "¡Hijo! ¿Dónde está el agua que debías traerme?  Te espero desde hace más de media hora".  Nárada vuelve la cabeza y mira.  En lugar de torrente que todo lo había destruido, vio los campos desiertos, brillantes bajo el sol.  "¿Comprendes ahora el secreto de mi mâyâ?, le pregunta el dios.

Evidentemente, Närada no podía afirmar que lo hubiera comprendido todo, pero había aprendido una cosa esencial: que el secreto del mundo quizás se manifiesta a través del tiempo".

Descendemos del tiempo cósmico, indescifrable todavía para nosotros, y posémonos en el tiempo-medida, en el tiempo-reloj, en el artificio inventado para desenvolvernos en la finitud de nuestras biografías.  Ha pasado el tiempo y es hora de concluir el pregón.  Quisiera emplear la vieja fórmula del pregonero, de ese modesto subalterno que nació en la Edad Media y que ha sido devorado por la tecnología.  De ese hombre con gorra de plato, periodista sin saberlo, que lanzaba sus avisos en la plaza del pueblo y congregaba la atención de los vecinos.  Plaza del pueblo es esta capilla por donde el pueblo pasa y ora y cuenta.  Plaza abierta a aborige y foranos, que todos son bien recibidos en la casa de todos:

Se hace saber, que a partir del día de hoy tambores y timbales, bombos y matracas, carracas y trompetas en número superior a los dos millares harán temblar el aire de calles y plazas.  Que más de seis mil cofrades acompañarán a los más de treinta pasos en diversas procesiones.  Y que la ciudad de Zaragoza, con la solemnidad, el respeto y la austeridad que le son tradicionales, se dispone a celebrar la Semana Santa de mil novecientos ochenta y siete.


LUIS DEL VAL VELILLA.- Datos biográficos:


(Zaragoza, 1944). Periodista y escritor. Estudió Magisterio, pero se decantó por el periodismo desde muy joven. Aunque ha colaborado en diferentes medios, su trayectoria profesional está estrechamente vinculada al mundo de la radio. Cofundador de la revista «Cadete» en Radio Zaragoza, tras un breve periodo en Radio Gandía, regresa a Zaragoza para trabajar en Radio Juventud como sincronizador de sonido, al tiempo que empieza a colaborar en la edición aragonesa de Pueblo, con Santiago Lorén Buscar voz... y Alfonso Zapater Buscar voz.... De aquí pasa al programa «Estudio 7» en Radio Zaragoza, donde coincide con profesionales como Enrique Calvo, José-Juan Chichón, Conchita Carrillo o Lisardo de Felipe. Director de Radiocadena Española (1980-1982), trabajó en la SER como redactor en «Cita a las cinco» de Basilio Rogado, y desde 1983 ha simultaneado su labor en el matinal «Hoy por hoy» de Iñaki Gabilondo con programas en otros medios, como la COPE y Telemadrid. Colaborador de Diario 16, Interviú, Tiempo o El Periódico de Aragón, ha sido guionista de programas como «Viva el espectáculo» (TVE 1), «Con ustedes, Pedro Ruiz» (Antena 3) y «Encantado de la vida» (Antena 3). En este tiempo ha ido forjando una personal obra literaria, en la que se incluyen títulos como Buenos días, señor ministro (1989), Los juguetes perdidos (1996), Prietas las filas (1999), Con la maleta al hombro (2000); Cuentos del mediodía (2000) o Caramba, qué país (2001). En colaboración con Ramón Gabilondo y Gorka Zumeta escribió Estupidiario: antología del disparate radiofónico (2000) y con Ángeles Afuera, Donde dije digo (1997).
Su buen hacer profesional ha sido reconocido con el Micrófono de Oro de la Asociación de Profesionales de Radio y Televisión 1989, con el Premio Ondas 1990 por el programa «Sé que estás ahí» de la Cadena COPE (1988-1992) y el Premio Ondas 2002 al mejor periodista innovador por el espacio «Carta abierta» del programa «Hoy por hoy». La Asociación de la Prensa de Aragón, en la edición 2000 de sus premios, le concedió una Distinción extraordinaria como «embajador de lujo» de nuestra tierra, en reconocimiento a su compromiso con Aragón, que hizo patente con la lectura del manifiesto contra el trasvase el 8 de octubre de 2000 y que renovó en la concentración del 6 de octubre de 2002. La denominación de origen Campo de Borja lo distinguió con el Racimo de Oro nacional 2002.
Luis del Val cuenta en su currículo con un efímero paso por la política, en la que entró de la mano de Francisco Fernández Ordóñez y José-Ramón Lasuén. Fue diputado nacional por UCD (1977-1979) y posteriormente, director general en el Ministerio de Trabajo con Rafael Calvo Ortega.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Capirotes y Terceroles, se reserva el derecho publicar los comentarios o de eliminar aquellos que no vayan firmados o sean enviados por persona anónima o bajo seudónimo, así como aquellos que atenten contra la buena marcha de la convivencia entre los lectores y seguidores de este blog.
Esto no es una censura, pero deseamos que cualquier opinión, sea correcta y venga avalada por alguien identificable, dado que en el anonimato se pueden esconder comentarios mal intencionados.
Muchas gracias.