lunes, 27 de febrero de 2012

EN EL RECUERDO: II Pregón de la Juventud - 2011


Transcribimos en esta entrada el texto del II Pregón de la Juventud, organizado por el Grupo Joven Ego Sum, de la Hermandad de Jesús de la Humildad, pronunciado el 13 de Marzo d3 2011 por Antonio Olmo Gracia.-



II PREGÓN DE LA JUVENTUD DE
LA COFRADÍA DE LA HUMILDAD

En la clausura del Solemne Quinario en
honor de Nuestro Señor Jesús de la
Humildad.

Zaragoza, 13 de marzo de 2011

Señor Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre, Reverendas Madres Agustinas, Junta de gobierno, hermanos y jóvenes de la Hermandad y de otras que nos acompañan en esta tarde, amigos todos:





Es difícil escribir un pregón.  Es difícil porque implica hablar desde lo más profundo de uno mismo.  Y es que mientras modelaba y daba forma estos días a lo que hoy iba a decir, me he ido convenciendo, como me han hecho ver varios amigos, de que lo mejor y más auténtico que podía ofrecer hoy no es un discurso erudito, sino un testimonio de mi experiencia y mi vivencia como joven y como cofrade escrito desde el corazón.  Así lo hizo mi predecesor el año pasado, en su magnífico pregón, afirmando además con razón que “el Pregón es la expresión del sentimiento y la vivencia de la fe desde el punto de vista del Pregonero, que por eso mismo se convierte, sin pretenderlo, en portavoz de su propia conciencia y de su particular vivencia”.

Sin embargo, hablar de mi vivencia cofrade resulta para mí un desafío por el hecho de que la Semana Santa es parte de mí desde siempre.  Se ha fundido tanto conmigo mismo que ya no es algo externo a mí, sino mi propia forma de ver la vida. ¡Tantas cosas se me han quedado en el tintero en este pregón porque no he sabido expresarlas ni darles forma con las palabras!

Debo el inmenso honor de estar aquí al nombramiento del grupo joven “Ego Sum” y a la junta de gobierno de la hermandad de la Humildad. Agradezco profundamente esta designación, que he acogido con desbordada ilusión, muchos nervios y como una gran responsabilidad.  Entiendo que ha sido una apuesta arriesgada y valiente:  soy joven y, aunque “humilde” de corazón no pertenezco a la Hermandad.  Por ello, doy gracias doblemente por la confianza depositada en mí; mi único anhelo ha sido intentar no defraudarla.  Gracias también a todos los presentes por habernos acompañado esta tarde de Cuaresma.

Yo soy, sencillamente, un cofrade: así me quiero presentar y así he venido aquí.  Nada más y nada menos.  Con el inmenso honor y privilegio de ser y sentirme sencillamente un cofrade.  Como Antonio.  Y como joven, todavía, quiero que mi pregón pueda ser representación de la voz de tantos que hoy trabajan en y por sus cofradías.  Quiero que mi pregón cante las grandezas de una forma de vivir la fe que nos une a todos los que estamos aquí; que hable de lo que yo siento y de lo que sentís vosotros.  Por Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre; por los jóvenes y para los jóvenes; por todos vosotros  y para todos vosotros.

Entré en mi cofradía, las Siete Palabras, hace veinte años: desde que me dejaron, aunque prácticamente nací con el hábito puesto, y mis recuerdos infantiles son de tambores de juguete y de estrenar en Ramos; de bordillos en los que me sentaba para ver las procesiones en las frías noches de Zaragoza; de dibujos de escudos y procesiones con lápices de cera;  de procesiones en los pasillos de casa con capirotes de cartulina; del incienso como olor y atmósfera de unos días únicos.

Han cambiado muchas cosas desde que dejé de ver los tambores a la altura de los ojos, y muchas veces mi madre ha deshecho el doble del hábito desde aquellos años, pero siento que mi vivencia como cofrade ha madurado manteniendo a la vez y rejuvenece cada Semana Santa.

He crecido como hermano de las Siete Palabras, una gran cofradía en la que he aprendido todo y a la que le debo lo que soy y en la que he encontrado personas que nunca hubiera podido soñar.

En mi centro está un Calvario, con una Virgen y un San Juan, pero nunca sabía que rostro tenía nuestra Señora, envuelta en túnica  manto estofados en mi paso de la Tercera Palabra, mirando siempre, eternamente hacia arriba, hasta que me encontré con María del Dulce Nombre y me miró de frente cuando llegó a Zaragoza.  Desde que a los 10 años vi en un periódico la noticia de la bendición de vuestros Titulares, y después de conocernos por vez primera, nunca nos hemos abandonado.

La Humildad, es para mí, una pasión declarada.  Cuando acudo a vuestros cultos a este convento de reverendas madres agustinas, me siento en casa, como un pariente muy cercano que viene a hacer una visita, entre la alegría de encontrar siempre a muchos de vosotros.

El sentimiento “humilde” me ha enamorado.  Porque si una palabra defina para mi qué es la Hermandad de la Humildad, esta es: “sentimiento”.  Pero también “sueño”, un hermoso sueño colectivo que se hace realidad cada domingo de Ramos por la tarde cuando Doctor Palomar se convierte en un balcón con vistas al cielo.  Y es que, desde hace algunas primaveras,

 La tarde del Domingo de Ramos
es de raso, saeta y cera,
de redobles de Humildad,
y de plegaria costalera.
La tarde del Domingo de Ramos,
Zaragoza es Magdalena,
Y un requiebro de incienso
Entre los varales de Ella.
La tarde del Domingo de Ramos,
Es de esparto, alpaca y corneta,
Y de azul cobalto es el sueño
De toda esta gente buena.

A lo largo de estos años he vivido muy de cerca el nacimiento y despegue de la Humildad y he sido testigo de cómo este sueño ha tirado hacia adelante. Y no me extraña, porque sólo con “humildad” se consiguen las grandes cosas.  Con Humildad, con ilusión y esfuerzo, con el entusiasmo por compartir algo grande de una hermandad que es familia, como lo sois vosotros, haciendo plena realidad lo que significa una cofradía.

Cuando comenzamos a desgranar como las cuentas de un rosario los días que corren hacia la Cuaresma, y empieza a hacer tarde no de primavera, sino de Semana Santa, e incluso tarde de Humildad; cuando los tambores comienzan a ensayar en las tapias de Torrero y en los adoquines de doctor Palomar el esparto comienza a sacar brillo a los adoquines, ya queda poco para la tarde de las tardes.

El tiempo se detiene desde que la cruz de quía sale a la calle el Domingo de Ramos, y el incienso irrumpe entre el olor de palmas todavía frescas.  Tras ella, los tambores:

¡Tambores de la Humildad,
que a Jesús acompañáis
en estación de penitencia!
¡Saeta de estruendo que expresa
El profundo dolor del alma,
Proa de redobles de su galeón!
Vosotros soir la voz del Señor:
¡Yo Soy! ¡Timbales y Bombos,
que os estremecéis en Su condena”
Sin vosotros no hay Humildad:
Que  si la flor es de azahar
Crece en tierra aragonesa.

Y a continuación, sobre un telón de viejos ladrillos desgastados en el fragor de los sitios de Zaragoza aparece Jesús de la Humildad. Y:

Racheando sale a su cielo
el Señor de la Magdalena:
para que Jesús de la Humioldad
no pueda escuchar su condena.

Y Zaragoza se enamora, y se reviste de belleza, de fe y de buen hacer.

El galeón de la Humildad surca un mar azul cobalto en un Doctor Palomar que no es una calle recta sino que hace una ligera sierpe moviéndose en suave oleaje a su paso.  Debajo, costaleros le llevan: sobre palmas caminó por la mañana a lomos de una burra; por la tarde, costaleros le prestan sus pies sobre un manto alfombrado de pétalos.  Y sobre el paso, meciéndose en vaivén su cordón dorado, sobre claveles rojos y entre llamas tintineantes de rizados guardabrisas, moreno entre las guedejas que contornean Su rostro, Jesús de la Humildad, el Señor de la Magdalena.

La propia torre de la iglesia se asoma alcahueta, o mejor dicho, alparcera, para ver al Señor entre los árboles de la plaza que la primavera reverdece durante la Cuaresma. Y

De oro en el frente de Su paso,
Para alzarle hasta su veleta,
De llamador se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
Para de un galeón ser faro,
Reflejando velas de cera,
De azulejos se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
De los cielos haciendo un palio
Sobre nosotros y Ella,
De varal se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena.
Cuando la Humildad reza a su lado
en nostalgia andaluza deshecha,
¡de Giralda se viste en Ramos,
La torre de la Magdalena!

Y tras El siempre la Señora, María del Dulce Nombre, que camina entre balconeras y en trono de rosas blancas y esparto, por las calles de la Magdalena.  Y un buscar su dulce mirada entre varales que tintinean.

Que no rocen sus pies el suelo,
ni acaricie el sul su cabeza,
que María del Dulce Nombre
no es Señoras de la Magdalena
si azul cobalto no es su cielo
ni camina en trabajaderas,
si agustinas no la despiden
mientras suena una saeta,
si al Monte Calvario no sube
por la cuesta de la Trinidad:
si lo que yo siento y tú sientes
no se llma Humildad.

Como una visión celestial pasó, dejando los sentidos ausentes: la Humildad se nos metió en el corazón sin darnos cuenta.  Detrás quedó un fugaz beso, una breve oración, un hablar con Ellos en el silencio de la música.  Entra entre soportales en la plaza de San Bruno, entre varales de piedra, y de lágrimas destella la cerámica de la Parroquieta hacia su estación de penitencia.

Y en el íntimo regreso después de la estación de penitencia, cuando tras casi seis horas va a encerrarse en su templo el cielo de la Magdalena, es tiempo de un coloquio de mayor intimidad con Ellos, de un estar a solas con Dios que en la Humildad se experimenta tan cercano y siempre junto a Ti.  Cuando me apoyo de espaldas en las paredes de Doctor Palomar, a la vuelta hacia el convento, ya casi a la medianoche, y espero a María del Dulce Nombre, y dejo que se refleje en mis ojos la luz de sus gastadas velas, y mis ojos se convierten en guardabrisas, cuando busco Tu mirada entre los varales, sencillamente no digo nada y nos decimos todo, o sólo ¡Madre!, y que más Dulce Nombre que Madre.

Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre: sabéis lo que siento por Vosotros.  Ya Os lo he dicho muchas veces, en el diálogo de silencios y de miradas que entablamos cuando Os visito en vuestro convento de paredes encaladas.  En mis idas por la calle Mayor y Doctor Palomar, bajo la sombra de la torre de la Magdalena, faro de la hermandad, revivo los momentos de domingo de Ramos y anhelo la llegada de la primavera; y en mis regresos no vuelvo entero, pues prendido se ha quedado algo de mi en Tu cordón, Señor, o Tu fajín, Señora, o bajo Tu manto protector, entre albarelos de cerámica con flores siempre frescas.

Por eso yo os digo, jóvenes de la Humildad, y jóvenes de las cofradías de Zaragoza, que contéis siempre con vuestros titulares y los pongáis de verdad en el centro de vuestra vida.  Que tengáis una estrecha relación personal con Ellos.  Venid a visitarlos, llevad su imagen en vuestras carteras.   Pedidles ayuda en vuestros quehaceres y en vuestros trabajos.  No dejéis nunca de confiar en Jesucristo, como dijo Santa Teresa de Jesús, gran amiga de las imágenes, “venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo”.

Que vuestra vida vibre al son de ellos y de vuestras cofradías.  Es difícil saber a veces qué es eso de la Salvación, pero no Quién es la Salvación:  Jesús, que nos acompaña, la mano que nos levanta siempre pese a todos nuestros fracasos, miserias y oscuridades.

Ahí radica la gran lección de la Humildad: el poner a Jesús y María en el centro de todo.  Y seguramente, el milagro de la Humildad, una hermandad que se ha convertido en una ilusión colectiva de sus miembros.  Que ha gestado un sueño capaz de dar sentido pleno a la vida, por el que merece la pena arrimar el hombro, y en el  que todos tienen cabida.  Y además es capaz de contagiar, enamorar y abarcar a los que no somos hermanos, y del que yo me siento parte también sin que nadie me lo pueda dar ni quitar.

Yo estoy seguro que Jesús de la Humildad y María del Dulce Nombre están muy orgullosos de la juventud de esta cofradía.  Una juventud con un gran corazón, en la que me honro de tener grandes amigos que saben contagiar allá por donde van el entusiasmo que significa la hermandad de la Humildad. ¡Qué mejores pregoneros que ellos mismos!

Una juventud que expresa con su rotundo Ego Sum que la juventud está aquí, como ha demostrado no con palabras, sino con hechos, a través del trabajo llevado a cabo desde su creación, del que es culminación la creación de esta tribuna del pregón de la juventud.  Los jóvenes de la Humildad tienen ganas de trabajar por su hermandad y están enamorados de ella: enhorabuena por vuestro esfuerzo y por vuestra propia constitución como grupo joven, una decisión brillante y necesaria para que las hermandades cuenten con su juventud.

Pero no sólo les felicito a ellos.  También a la junta de gobierno por la valentía demostrada en contar con sus jóvenes y no sólo de boquilla, sino aportando sinceramente por ellos y delegando la gestión de la hermandad.  Creo que la Humildad es un modelo en dar protagonismo activo a los jóvenes, algunos de los cuales, de hecho, desempeñan puestos de responsabilidad en la junta o en la sección de instrumentos, dando ejemplo de trabajo en su día a día.

Como dijo Francisco Javier Segura Márquez en su pregón de las Glorias de Sevilla de 2009, la juventud no somos el futuro de las cofradías, somos el presente.  Y es verdad.

Muchos jóvenes componernos las cofradías penitenciales de Zaragoza y somos uno de sus principales impulsos.  Es una forma de vivir la devoción y la fe que está calando entre nososbros y cabe preguntarse el por qué.

Frente al abandono silencioso de las iglesias, las calles se convierten en nuevos templos y los pasos en altares.  Frente a la desaparición del “cristianismo sociológico”, es decir, del practicado como consecuencia de una herencia cultural, como una costumbre, siendo el cristianismo cada vez más una elección personal y una respuesta individual, numerosos jóvenes eligen entrar a formar parte de cofradías.  Cuando las familias tienen cada vez menos tiempo para convivir y compartir, en las cofradías nos sentimos cada vez más como hermanos y en ellas las generaciones se entrelazan de forma adoptiva como en verdaderas familias, en la que se pasa la vida y se comparten los mejores y más importantes momentos de la vida.

Es difícil ser joven hoy.  Es cierto que muchas veces lo hemos recibido todo hecho, no hemos padecido grandes privaciones materiales y vivimos en una sociedad superabundante.  Pero también es verdad que recibimos en herencia y pasamos a ocupar un mundo muy difícil en el que no hay esperanzas, en el que muchos carecen de horizonte, en que a los jóvenes nos cuesta soñar en la que es la edad de los sueños.  Pero yo creo que la juventud tiene hoy un ansia sincera de una vida más auténtica y de unas relaciones más sinceras, que encontramos en nuestras hermandades.  Entrar en una hermandad supone hacer de Jesús un amigo, y de los demás hermanos con los que compartimos experiencias que no se tienen con los demás.  Hay siempre un vínculo que te une en lo profundo con ellos.  En la cofradía todos nos sentimos “hermanos” y en ella se abra la posibilidad de experimentar el mensaje de Jesús de Nazaret:  unas relaciones más humanas, donde sentirnos aceptados plenamente, donde se reconoce nuestro valor como hijos de Dios frente a un mundo que convierte a las personas en objeto y en mercado, en que cada uno es valorado por lo que produce, por lo que tiene y lo que sirve.  Y simplemente, por ser parte de ello, porque se nos reconoce que, como dijo Antonio Machado, “Por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.

Ciertamente, hay riesgos de equivocarnos y de convertir el medio en un fin, pero hay que correrlos.  Si a través del tambor, o del costal un joven se acerta a Jesús…¡barato precio me parece! Yo creo en los jóvenes y estoy convencido de que en su día a día silencioso en las hermandades se está gestando algo muy grande que será fermento para el mañana.  Y hablo de lo que me han enseñado tantos jóvenes de nuestras cofradías.  Y como lo importante es que deje mi testimonio y que sea la voz de estos jóvenes diré que yo soy testigo de que muchos de ellos rezan con su tambor y con el costal; yo soy testigo de que muchos jóvenes ponen todo su corazón en lo que hacen en sus cofradías;  de los que dedican en serio una parte de su tiempo en distintos puestos de responsabilidad; de los que no se estancan y sueñan, pese a las dificultades, con abrir cauces nuevos; de los que llevan a sus hermanos más pequeños en tiempo libre para en definitiva enamorarlos de Jesucristo; de los que vuelven a casa todas las noches con su tambor a cuestas en los fríos días de invierno; de tantos jóvenes que se han costeado su primer hábito de su paga, porque significa algo tan importante para ellos.  Y soy testigo también de los que pese a las dificultades dan una lección de entendimiento entre miembros de todas las cofradías y se dan cuenta de que todos somos hermanos y Cristo es el hermano mayor de todas ellas.  Para mí, un hermano de la Humildad o de cualquiera de las cofradías de Zaragoza es tan hermano como uno de las Siete Palabras.  Todas las hermandades de esta ciudad son ya algo de mí, tal vez es porque he dejado que lo sean.  Todas somos pilares que sostenemos un mismo techo.

Hermanos, jóvenes, amigos: acabamos de iniciar la Cuaresma y comenzamos a caminar hacia la Semana Santa.  Que sea recordatorio de la vida que nos dan nuestras cofradías; pidamos ser capaces de compartir lo que recibimos en ellas con los demás y de reflejar la luz que nos dan cada día.  Que sigamos trabajando en ellas desde donde estemos: en la junta, en la trabajadera, en la sección, con un cirio o portando un atributo.  Hacedlo con amor y contribuid a ese gran sueño sumando esfuerzos, nunca restando.  Todo es importante: como no se cansaba de decir Teresa de Calcuta, no importa lo que se hace ni cuantas cosas hacemos, sino el amor que ponemos en cada cosa.  También en nuestras cofradías, y más cerca de lo que pensamos, podemos construir el Reino de Dios;  y creo que como cofrades tenemos la obligación y responsabilidad de hacerlo ante todo dentro de ellas.

Permííteme para concluir, Señor de la Humildad, que Te presente en ofrenda, como culminación de este Solemne Quinario, a la juventud cofrade de Zaragoza: sus esfuerzos y trabajos, sus anhelos y sus sueños, sus tristezas y desesperanzas, los corazones de todos nosotros que sólo Tú conoces.

Señor de la Humildad: en este Quinario has descendido de Tu pedestal para estar físicamente entre nosotros, y nos recuerdas con ello que Te encuentras siempre cerca de cada uno de nosotros.  Y todo en Tu gesto es humildad y nos dices tantas cosas con ello.

La grana de los terciopelos nos recuerda que has dado Tu Sangre por nosotros, y que somos preciosos para Ti y entregarías reinos por el rescate de nuestra vida.  Los cirios, Tu Luz, símbolo también de la vida a tu lado, un consumirse dando iluminando a los demás, como fue Tu paso por este mundo.

Con tu mirada inclinada hacia el suelo nos recuerdas que por amor renuncias a juzgarnos, que apartas los ojos de nuestras miserias y haces la vista gorda ante ellas, que no has venido a condenar al mundo, sino a salvarlo, que agachas la vista al igual que hiciste cuando te presentaron a la mujer adúltera obtener de Ti su lapidación.

Con cerviz doblada, que cargas, costalero de nuestras culpas, nuestra cruz sobre Tus hombros.  Con tu gesto sumiso, un asentimiento a Tu entrega por los que estamos aquí, un “Hágase Tu voluntad, Padre”.  Cabeza inclinada en señal de escucha, en que Te prestas a coloquiar con nosotros como íntimo amigo con el que compartir nuestros secretos.  Y no en vano, pues entre las abundantes que dejas  de tu cabello entrevemos una de Tus orejas recordando que si Te hablamos, nos escuchas siempre.

Con tu boca entreabierta pronuncias un valiente “Yo Soy” ante el Sanedrín, que nos invita a cumplir con nuestro deber con honradez.  Eres, Jesús, siempre la palabra valiente, pero también la palabra de consuelo que nos levanta.  Divinos labios entreabiertos que nos recuerdan el beso que cubre el cuello del hijo pródigo cuando retoma a casa, que nos traen a la memoria que siempre nos hablas, pero con suavidad y en el silencio.

Con las potencias, que aunque a veces no entendamos Tus caminos nada hemos de temer porque estamos protegidos por Tu gran poder, pues en Tu humanidad eres también Dios y nos socorres.  Su fulgor, que eres Luz y Vida del Mundo que nos ilumina.

Con Tus pies descalzos, en señal de Humildad, nos recuerdas que caminas a nuestro lado, en contacto con el polvo de la tierra, y que sin excusar pesares ni querer ser más que nosotros pasaste por el mundo como Uno más.

En Tu gesto se lee ya la Pasión.  La gota de sangre por tu frente y la mejilla abofeteada nos recuerdan que no podemos olvidar que está en quien sufre.  Tus manos cruzadas prefiguran la Cruz.  Dos manos entrelazadas, una la Tuya y otra la mía; dos destinos cruzados, el tuyo y el mío.

Este es Jesús, He aquí al hombre.  Así es Jesús de la Humildad y yo soy testigo de que esta es la fe de esta Hermandad: y “esto es amor: quien lo probó, lo sabe”.

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