viernes, 26 de agosto de 2011

EN EL RECUERDO: Pregón de Semana Santa de 1997



Pregonera: Doña Paloma Gómez Borrero

Excmo. Sr. Presidente de la Diputación, representante del Sr. Arzobispo, Presidente de la Junta Coordinadorea de Cofradías, Distinguidas autoridades, Cofrades, Señoras y Señores de la Muy e Histórica Ciudad de Zaragoza.

He venido de Roma para estar con vosotros y quiero ante todo expresaos mi agradecimiento por haberme elegido pregonera de vuestra Semana Santa.  Me llena de orgullo porque la Semana Santa de esta tierra aragonesa, une el peso de la historia y a su profundo marianismo, la belleza de unos Pasos de extraordinario mérito artístico.







Cofradías y Hermandades que desfilan lenta y majestuosamente por las calles por donde caminaron Fernando el Católico, Jaime I, el Rey Alfonso, El General Palafox, el genial D. Francisco de Goya....personajes que han escrito páginas ilustres en la historia universal.

Me siento feliz y orgullosa pero siento también el peso de la responsabilidad.  Tentada estuve, cuando me lo pidió el Hermano Decano de la Cofradía del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora, de decir que no, convencida en verdad de no ser capaz de reflejar la realidad y ofreceros frases dignas de cantar como se merece la mejestuosa solemnidad de vuestra Semana Santa, que ha superado las fronteres de Aragón para entrar en las del mundo católico.

Pido pues la venia para comenzar el pregón a la vez que suplico de Vuestras Mercedesl, indulgencia por mi osadía.

Viniendo de la Ciudad Eterna, creo que debo deciros algo de aquella lejana Semana Santa que tiene en Roma resonancias y acentos de la más cercana actualidad.  Hablamos de esa Ciudad de las Siete Colinas, que mañana Domingo de Ramos, en la Plaza de San Pedro, se abre como un inmenso abrazo para congregar junto al Papa miles de jóvenes que izan palmas y ramos de olivo como bandera de la paz, de vida nueva.... con la ilusión de un mundo mejor.

Podría contaros de la concelebración del Papa el jueves Santo con cuatro o cinco mil sacerdotes en la Basílica de San Juan de Letrán, la Catedral de Roma.. pero prefiero hablar, de vuestra Semana Santa entretejiéndola con la Semana Santa Romana.  Rememorar la Pasión de Cristo a través de vuestros pasos.  Revivirla en toda su tragedia y en todo su amor, como lo hace el Papa la noche del Viernes Santo. A la luz de antorchas, en el escenario imponente del Colisieo,  el Santo Padre peregrina las catorce estaciones del Vía Crucis.

Al igual que en Zaragoza con el desfile procesional del Santo Entierro, único en el mundo.  Se adentran por las calles las 23 Hermandes y Cofra´días con los pasos que evocan los momentos claves de la pasión de Jesucristo.

Avanzan caminando los 15.000 Cofrades; unos con el tercerol, otros vistiendo el capirote.... muchas mjeres con peineta y mantilla.  Las foralas esparcen luces de llanto.  Redoblan cientos de tambores hasta hacer sangre en las mano, y la emoción se hace lágrima.  Cada uno escucha muy dentro de su alma encogida de conmoción las siete palabras de cristo en la Cruz... las calles de Zaragoza el Viernes Santo, se pueblan de apóstoles y seguidores del Nazareno.

 Pero es en Roma cabeza de la cristiandad donde la Semana Santa de Jerusalén se repitió, con realismo singular, cuando Pedro el pobre pescador de Galilea será testigo de Cristo, su Vicario, ¡su Mártir!.   Cuentan que el apóstol Pedro al clavarlo en la Cruz suplicó a los verdugos que lo crucificaran cabeza abajo porque no era digno de morir como Jesús.... ¡la cabeza abajo pero con el corazón en el cielo!.

Corría el año 67 cuando en la colina vaticana se abrió la Semana Santa romana, desde entonces hasta nuestros días nunca ha faltado una víctima en la cruz junto a la tumba de Pedro.   Pablo VI al final de su pontificado no podía ni con la cruz del Vía Crucis y necesitaba ayuda de un Cirineo, también lo necesitaba ahora Juan Pablo II que desde que le dispararon tres tiros en la Plaza de San Pedro, su vida es un camino de dolor... Un Evangelio del sufrimiento.

Recuerdo aquél 13 de mayo de 1981.  En la Plaza de San Pedro.  Tres golpes secos se escucharon en una tarde espléndida de primavera.  Nadie pensó que podían ser disparos,  que alguien hubiera querido asesinar al Papa, hasta que radio Vaticano comunicó “que el terrorismo había entrado en la Ciudad del vaticano, que habían disparado al Papa”... la noticia corrió como la pólvora.  Dolor, ira, consternación... toda la capacidad de asombro de Roma se volcó en la Plaza de San Pedro.  En el mundo entero permanecieron abiertos los templos recogiendo oraciones para suplicar al señor que no muriese el Snto Padre;  para pedirle a la Virgen María que hiciera un milagro de salvarle la vida.  Bien lo sabéis vosotros que estuvisteies en vela y oración a los pies de la Virgen del Pilar,  ¡Nuestra Serora del Pilar que siempre dice Juan Pablo II es “chiquitita pero tan influyente y tan importante”! a vuestra patrona a la que Juan Pablo II al cantarle María Ostiz una jota mariana reconoció feliz, que a Zaragoza, camino de Santo Domingo, habí venido para darle un beso a la Virgen del Pilar y a oir también cantar la jota... Aquella trágica tarde de mayo de hace 16 años al dar la noticia del atentado, me costó que el llanto no me ahogara la voz ¡ni las lágrimas empañaran mis ojos!”.

Dos mil años después del martirio de Pedro, la violencia y el odio habían encontrado una neva víctima;  sólo que en lugar de la cruz esta época nuestra echa manos de las armas.

Cuatro días más tarde el domingo, a medio día volvimos a oír la voz debilísima del Papa, que agradecía las oraciones... “OS BENDIGO A TODOS.  REZO POR EL HERMANO QUE ME HA HERIDO Y A QUIEN SINCERAMENTE HE PERDONADO.  UNIDO A CRISTO SACERDOTE Y VICTIMA OFREZCO MIS SUFRIMIENTOS POR LA IGLESIA Y POR EL MUNDO Y A TI MARIA QUIERO REPETIRTE QUE SOY TODO TUYO”.

Fue un Ángelus que trajo a la memoria el Gólgota, cuando Jesús clavado en la vergüenza del patíbulo pronuncia esas palabras de amor sereno y fuerte... PERDÓNALES PADRE QUE NO SABEL LO QUE HACEN.

Angustia y Lágrimas.  Sudor de sangre que se trasluce en ese paso de Nuestro Señor en la Oración del Huerto y en el Prendimiento del Señor que el Jueves Santo reviven la neche eterna del Huerto de los Olivos...

Zaragoza se converte en Jerusalén.  Por sus calles, sus plazas, bajo las sombras de sus iglesias van saliendo las Cofradías haciendo escolta a los pasos que son plegaria y meditación... que son todos ellos páginas de la Redención del hombre, a través del Calvario del Hijo de Dios y el dolor infinito de María, su Madre.  ¡Qué bonito! Es además aquí en Zaragoza que casi todas las Cofradías y las Hermandades van unidas a la Virgen... Nuestro Padre Jesús de la Agonía y Nuestra Señora del Rosario o del Silencio... Del Descendimiento de la Cruz y Lágrimas de Nuestra Señora... Cofradía del Santísimo Ecce-Homo y Nuestra Señora de las Angustias...

Ecce-Homo... Dos palabras llenas de significado.  Ahí tenéis al Hombre... Al que sufre, al oprimido.  Al que le han robado sus derechos y su dignidad.  Al hambriento de paz y de justicia.  Al que le han alajado las ilusiones.  Al que oculta una tragedia tras la sonrisa. Al fracasado. Al que no tiene trabajo... ¡Eh aquí al hombre! Que abraza a un mundo que tiene miedo y que nunca como hoy implora la paz.

Con la Cruz Jesús a cuestas camina cada vez más lento y mas torpe.  Los soldados comprenden que no puede seguir y obligan a Simón Cirene a asyudarle... El Cirineo que junto con la Verónica son las dos notas de consuelo en la vía de la agonía...

Y Zaragoza se siente Verónica o Cirineo para limpiarle a Jesús con un lienzo el sudor y la sangre o para ayudarle a cargar con el madero.

Pero el sufrimiento mas grande para Jesús será ver el dolor, el llanto de su madre, sus miradas se encuentran y cada corazón vierte en el otro su propia aflicción.  ¡Virgen de los Dolores; anegada en su amargura y en angustia!.  Pienso muchas veces que a Cristo se le hizo menos cruel el patíbulo porque a sus pies tuvo el amor de su Madre y el cariño impetuoso y fiel de Juan... Juan el Evangelista que representa a la juventud leal, altruista y sin miedo.  A los jóvenes de Zaragoza y Aragón.


Narran los Evangelios que estaban también Maria Magdalena y María la madre de Santiago y de Juan... Las tres Marías símbolo de la ternura que sólo es capaz de regalar un corazón femenino.  Permitidme que en ellas rinda un homenaje a las mujeres de esta noble tierra Artesanas del amor.  Leales, fuertes que saben ser bálsamo de consuelo y compañeras comprensivas y entrañables y a las que la Semana Santa de Zaragoza tanto debe, porque decía el poeta

No hay que ganar al hombre
Con sonoros excesos de tambor y clarines
Y en el viento, el Girón
Hay que entrar de puntillas
Con pasos como besos
Por las sendas oscuras
Que van al corazón.

Del Patíbulo bajan sin vida el cuerpo de Cristo para dejarlo en brazos de su madre, María vuelve a tener a su hijo en el regazo, cuando lo acunaba en el establo de Belén o lo estrechaba en su pecho camino de Egipto.  Vuelve a tenerlo... pero ¡qué diferencia!  Ahora María es la imagen viva de la Piedad.  Dejará que se lo quiten sólo para envolverle en una sábana –Paloma de Paz hecha lino-  y enterrarle en el Santo Sepulcro.

Cristo ha muerto por nosotros pero resucitará para darnos la vida y Zaragoza, relicario de belleza que ha plasmado magistralmente en cada uno de sus Pasos, en cada imagen, muerte y vida.  Pasión y Resurrección, el Domingo hace que la fe se vuelque en esperanza y júbilo.

Nuestra Señora de las Angustias se convierte en Nuestra Señora de la Esperanza y del Consuelo.  Zaragoza donde hasta los campos parecen pentagramas esperando las sinfonías de nuestras cosechas, la patria chica de una heroína inolvidable.  Agustina de Aragón se engalana.  Un molinillo de fiesta con los tambores ensordecedores, las matracaas y carraclas o el canto de la jota acompañado del redoble del tambor.  Las campanas se vuelven en arrullos de palomas enamoradas.  Como en la Ciudad Eterna, que se echan al vuelo las campanas de las 365 Iglesias junto con las seis imponentes de la Basílica de San Pedro.  Y a medio día, bajo el sol y la luz del cielo de Roma, el mundo entero tiene su mirada puesta en el balcón de la Logia central de la basílica para escuchar al Papa, al Vicario de Cristo que anuncia a los cinco continentes la paz y la fraternidad en nombre del príncipe de la paz que ha vencido a la muerte.  La cúpula de Miguel Angel disputa la atención de la mirada y se ofrece al mundo como un paréntesis entre el azul y la tierra,;  destaca su sinfonía arquitectónica sobre una plaza abarrotada que aguarda también el momento de la Bendición Urbi et Orbi...

Y  pongo punto y final a mi pregón... señores de Zaragoza, de esta ciudad forjada en sobriedad y grandeza;  donde las piedras son un poema de música callada y soledad sonora, con las torres de la Basílica del Pilar que se asoman al cielo y se reflejan en el Ebro famoso y querido por España entera... Gracias porque me habéis dado la ocasión de volver a dar un beso a la Virgen del Pilar, que es vuestra, pero también ¡un poquito mía!.

Pero antes de concluir, quiero pediros que no perdáis el tesoro que tenéis.  Que mantengáis apasionadamente vuestras tradiciones porque es necesario que los niños de hoy  -hombres y mujeres del mañana-  tengan esta fuente gozosa en que beber.

Debo deciros adiós...no, adiós no... adiós es una palabra triste, prefiero dejaros con un hasta pronto y con un Arrivederci an Roma.  Y lo que sí os aseguro es que en Zaragoza, amparada bajo el Manto de la Virgen, acariciada por el hilo de plata del Ebro, pongo de rodillas mi corazón.


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